MIÉRCOLES DE
LA OCTAVA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
Libro de
Eclesiástico 36,1-2a.5-6.13-19.
Ten piedad de nosotros, Dueño soberano, Dios de
todas las cosas, y mira, infunde tu temor a todas las naciones.
Levanta tu mano contra las naciones extranjeras y
que ellas vean tu dominio.
Renueva los signos y repite las maravillas,
glorifica tu mano y tu brazo derecho.
Despierta tu furor y derrama tu ira, suprime al
adversario y extermina al enemigo.
Llena a Sión de alabanzas por tu triunfo, y a tu
pueblo, cólmalo de tu gloria.
Da testimonio a favor de los que tú creaste en el
principio, y cumple las profecías anunciadas en tu Nombre.
Dales la recompensa a los que te aguardan, y que se
compruebe la veracidad de tus profetas.
Escucha, Señor, la oración de los que te suplican,
conforme a la bendición de Aarón sobre tu pueblo,
para que todos los que viven en la tierra reconozcan
que tú eres el Señor, el Dios eterno.
El estómago asimila toda clase de alimentos, pero
hay unos mejores que otros.
El paladar distingue los manjares y el corazón
inteligente descubre las mentiras.
Salmo
79(78),8.9.11.13.
No recuerdes para nuestro mal
las culpas de otros tiempos;
compadécete pronto de nosotros,
porque estamos totalmente abatidos.
Ayúdanos, Dios salvador nuestro,
por el honor de tu Nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados,
a causa de tu Nombre.
Llegue hasta tu presencia el lamento de los
cautivos,
preserva con tu brazo poderoso
a los que están condenados a muerte.
Y nosotros, que somos tu pueblo
y las ovejas de tu rebaño,
te daremos gracias para siempre,
y cantaremos tus alabanzas
por todas las generaciones.
Evangelio
según San Marcos 10,32-45.
Mientras iban de camino para subir a Jerusalén,
Jesús se adelantaba a sus discípulos; ellos estaban asombrados y los que lo
seguían tenían miedo. Entonces reunió nuevamente a los Doce y comenzó a
decirles lo que le iba a suceder:
"Ahora subimos a Jerusalén; allí el Hijo del
hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a
muerte y lo entregarán a los paganos:
ellos se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y
lo matarán. Y tres días después, resucitará".
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron
a Jesús y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos
a pedir".
El les respondió: "¿Qué quieren que haga por
ustedes?".
Ellos le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a
tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria".
Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden
beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?".
"Podemos", le respondieron. Entonces Jesús
agregó: "Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo
bautismo que yo.
En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda,
no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido
destinados".
Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan,
se indignaron contra ellos.
Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que
aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si
fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad.
Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el
que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;
y el que quiera ser el primero, que se haga servidor
de todos.
Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser
servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".
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