JUEVES DE LA VIGÉSIMA
OCTAVA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
Carta de San Pablo a los
Romanos 3,21-30.
Pero ahora,
sin la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada por la Ley y los
Profetas:
la justicia de
Dios, por la fe en Jesucristo, para todos los que creen. Porque no hay ninguna
distinción:
todos han
pecado y están privados de la gloria de Dios,
pero son
justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cumplida en
Cristo Jesús.
El fue puesto
por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, gracias a la
fe. De esa manera, Dios ha querido mostrar su justicia:
en el tiempo
de la paciencia divina, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, y
en el tiempo presente, siendo justo y justificado a los que creen en Jesús.
¿Qué derecho
hay entonces para gloriarse? Ninguna. Pero, ¿en virtud de qué ley se excluye
ese derecho? ¿Por la ley de las obras? No, sino por la ley de la fe.
Porque
nosotros estimamos que el hombre es justificando por la fe, sin las obras de la
Ley.
¿Acaso Dios es
solamente el Dios de los judíos? ¿No lo es también de los paganos?
Evidentemente que sí,
porque no hay
más que un solo Dios, que justifica por medio de la fe tanto a los judíos
circuncidados como a los paganos incircuncisos.
Salmo 130(129),1-2.3-4.6.
Desde lo más
profundo te invoco, Señor.
¡Señor, oye mi
voz!
Estén tus
oídos atentos
al clamor de
mi plegaria.
Si tienes en
cuenta las culpas, Señor,
¿quién podrá
subsistir?
Pero en ti se
encuentra el perdón,
para que seas
temido.
Mi alma espera
al Señor,
más que el
centinela la aurora.
Como el
centinela espera la aurora,
Evangelio según San Lucas
11,47-54.
Dijo el Señor:
«¡Ay de
ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos
padres han matado!
Así se
convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y
ustedes les construyen sepulcros.
Por eso la
Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y
perseguirán a muchos de ellos.
Así se pedirá
cuanta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido
derramada desde la creación del mundo:
desde la
sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y
el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo
esto.
¡Ay de
ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia!
No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden.»
Cuando Jesús
salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole
respuesta sobre muchas cosas
y tendiéndole
trampas para sorprenderlo en alguna afirmación.
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