martes, 28 de febrero de 2017

SÁBADO DE LA SÉPTIMA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

Libro de Eclesiástico 17,1-13.
El Señor creó al hombre de la tierra y lo hace volver de nuevo a ella.
Le señaló un número de días y un tiempo determinado, y puso bajo su dominio las cosas de la tierra.
Lo revistió de una fuerza semejante a la suya y lo hizo según su propia imagen.
Hizo que todos los vivientes lo temieran, para que él dominara las fieras y los pájaros.

Le dio una lengua, ojos y oídos, el poder de discernir y un corazón para pensar.
El colmó a los hombres de saber y entendimiento, y les mostró el bien y el mal.
Les infundió su propia luz, para manifestarles la grandeza de sus obras,
y les permitió gloriarse eternamente de sus maravillas:
así alabarán su Nombre santo, proclamando la grandeza de sus obras.
Les concedió además la ciencia y les dio como herencia una Ley de vida;
estableció con ellos una alianza eterna y les hizo conocer sus decretos.
Ellos vieron con sus ojos la grandeza de su gloria y oyeron con sus oídos la gloria de su voz.

Salmo 103(102),13-14.15-16.17-18a.
Como un padre cariñoso con sus hijos,
así es cariñoso el Señor con sus fieles;
él conoce de qué estamos hechos,
sabe muy bien que no somos más que polvo.

Los días del hombre son como la hierba:
él florece como las flores del campo;
las roza el viento, y ya no existen más,
ni el sitio donde estaban las verá otra vez.

Pero el amor del Señor permanece para siempre,
y su justicia llega hasta los hijos y los nietos
de los que lo temen y observan su alianza.

Evangelio según San Marcos 10,13-16.
Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron.
Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: "Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.
Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él".

Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.

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