6O DÍA DE LA OCTAVA DE
NAVIDAD
Epístola I de San Juan
2,12-17.
Hijos, les
escribo porque sus pecados han sido perdonados por el nombre de Jesús.
Padres, les
escribo porque ustedes conocen al que existe desde el principio. Jóvenes, les
escribo porque ustedes han vencido al Maligno.
Hijos, les he
escrito porque ustedes conocen al Padre. Padres, les he escrito porque ustedes
conocen al que existe desde el principio. Jóvenes, les he escrito porque son
fuertes, y la Palabra de Dios permanece en ustedes, y ustedes han vencido al
Maligno.
No amen al
mundo ni las cosas mundanas. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está
en él.
Porque todo lo
que hay en el mundo -los deseos de la carne, la codicia de los ojos y la
ostentación de la riqueza.- Todo esto no viene del Padre, sino del mundo.
Pero el mundo
pasa, y con él, sus deseos. En cambio, el que cumple la voluntad de Dios
permanece eternamente.
Salmo 96(95),7-8a.8b-9.10.
Aclamen al
Señor, familias de los pueblos,
aclamen la
gloria y el poder del Señor;
aclamen la
gloria del nombre del Señor.
Entren en sus
atrios trayendo una ofrenda,
adoren al
Señor al manifestarse su santidad:
¡que toda la tierra
tiemble ante él!
Digan entre
las naciones: “¡El Señor reina!
el mundo está
firme y no vacilará.
El Señor
juzgará a los pueblos con rectitud”.
Evangelio según San Lucas
2,36-40.
Estaba también
allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya
entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su
marido.
Desde entonces
había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del
Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.
Se presentó en
ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a
todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de
cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de
Nazaret, en Galilea.
El niño iba
creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con
él.